Unos días antes de casarse, el prometido de Jonna Mendez le reveló que en realidad no trabajaba para el Ejército de EE.UU., como le había dicho, sino que era un espía de la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
La pareja iba a casarse en Frankfurt, Alemania, ciudad a la que Mendez había llegado como turista y en la que se había quedado contratada en el banco estadounidense Chase.
Mendez no era muy consciente en esa época de lo que significaba ser agente de la CIA, así que la confesión de su novio a última hora no le molestó mucho. Pero de un momento a otro, pasó de ser una ciudadana estadounidense en Alemania a ser una «esposa de la CIA» y consiguió un trabajo administrativo en la agencia, a fines de los años 60.
Después de retirarse en 1993, recogió sus experiencias en libros como In True Face, que se publicará en unos meses, y en Spy Dust y The Moscow Rules, que coescribió con su segundo esposo, Tony Mendez, también agente de la CIA, y con Bruce Henderson y Matt Baglio. Además, fue una de los fundadores y miembro del directorio del Museo Internacional del Espía en Washington D.C. por más de 20 años.
Un buen disfraz va más allá del rostro. La gente tiene aspectos únicos, de los que no son conscientes y que a veces los pueden delatar.
Como agente de disfraces, si vienes a mi laboratorio, tengo que tomar en cuenta [todos los aspectos] de tu persona, incluyendo los gestos.
Si mueves mucho las manos, tengo que darte alguna cosa para que la sostengas con las manos y ya no las muevas.
Podía cambiar la forma de caminar de alguien con algo tan simple como poner una piedrita en el zapato. O podía poner una venda en una rodilla.
La gente no puede mantener durante mucho tiempo una forma de caminar distinta a la que normalmente tienen. En algún punto se relajan y se olvidan, así que se debe incluir algún elemento físico que ayude a cambiar la forma de caminar.
Usualmente nuestros disfraces no hacían que te vieras mejor. Hacían que te vieras diferente, pero verte «bien» nunca era el objetivo.
















