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Con becas y ayudas internas un colegio jesuita en Chile enfrenta el reto de educar en pandemia

En Santiago de Chile, una urbe segregada por las clases sociales de sus 5,6 millones de habitantes, existen pocos espacios donde confluyan mundos diversos. El colegio San Ignacio, ubicado en la calle Alonso Ovalle del centro histórico de la ciudad, a pocos minutos caminando del Palacio de La Moneda, sigue siendo uno de los pocos centros privados donde se encuentran distintos sectores socioeconómicos: tiene alumnos de zonas acomodadas y de otras de menores recursos, que provienen de 43 municipios de todos los segmentos. Es una de las fortalezas del establecimiento jesuita, fundado en 1856. Aunque forma parte del 7% de escuelas particulares de Chile y la mensualidad roza los 460 dólares –por lo que existe un obstáculo económico para su ingreso–, intenta romper con la homogeneidad que caracteriza a los centros educacionales de tradición y excelencia en el país sudamericano. Lo hace a través de becas y ayudas internas, aunque con la crisis económica varias familias han debido retirarse. En medio de la pandemia de covid-19, las diferentes realidades de su alumnado ha sido uno de los principales desafíos para educar a distancia y en un contexto adverso.

“Las familias se han visto afectadas desde el punto de vista físico y emocional. Nadie está preparado para estar todos dentro de sus casas realizando distintas labores, lo que influye en las relaciones”, explica el rector del establecimiento, Danilo Frías, el segundo laico que ha dirigido el colegio en sus 165 años de historia. Y analiza: “El mayor acceso a medios materiales amortigua estas afecciones, pero las habilidades familiares no dependen de los recursos materiales”. Para el docente, las mayores dificultades en medio de la pandemia no se han dado necesariamente en las familias que tienen menores ingresos económicos.

Frías llegó en 2019 a la rectoría con el objetivo de “rescatar la riqueza de la historia del colegio, pero sin perder la conexión con el futuro”, lo que se puso a prueba desde marzo de 2020, cuando se desató la crisis sanitaria en Chile y los establecimientos de todo el país tuvieron que cerrar sus puertas, en pleno inicio del año lectivo. Buena parte del San Ignacio de Alonso Ovalle –con excepción de los alumnos más pequeños y los mayores–, no ha pisado las aulas desde hace 12 meses. En este nuevo curso 2021, que arrancó a comienzos de marzo, el objetivo era la entrada escalonada de los estudiantes, pero la situación sanitaria del centro de Santiago los obligó a posponer sus planes. “Muchos de los 1.430 estudiantes y de los 168 trabajadores llega en transporte público”, acota el rector Frías, en contraposición con lo que ocurre en otros colegios particulares y pagados de la capital chilena.

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